Capítulo 1.- A veces es mejor no escuchar
A estas
alturas, todos y todas sabemos que Rigoberto es un “joven anfibio” que pasa
temporadas con forma humana y otras como una preciosa rana verde que vive en un
remanso del río de aguas cristalinas que pasa por la ciudad.
Ya
hemos asistido a su primera metamorfosis, que sucedió cuando salvó a un niño de
perecer ahogado. En aquella aventura conoció a Cecilio y Ana, que tenían la
venta que luego se quemó cuando el incendio del bosque y a quienes ayudó en su
reconstrucción. Después, colaboró con los ecologistas de la Ciudad de la Playa
y consiguió que el Ayuntamiento se volcara en la limpieza de las doradas arenas
y del agua del mar.
Ahora
su vida transcurre sin sobresaltos, nadando y haciendo la delicia de los niños
que se asoman al río con sus saltos y piruetas.
Una
tarde, cuando tomaba el sol sobre una piedra de la orilla, escuchó sin querer
aquella conversación que le llenó de preocupación:
─... pues sí, parece ser que la van a construir fuera de
la ciudad, para que el Ayuntamiento les otorgue la licencia de obras.
─ ¿Y tú crees que es bueno para los ciudadanos?
─ No sé, pero dicen que producirá más electricidad que
la central hidroeléctrica y dará trabajo a unas cincuenta personas.
─ ¿Y cómo producirán la electricidad?
─ Quemando carbón y gasoil.
─ Pero el humo que produzcan, ¿no será perjudicial para
nuestra salud?
─ Dicen que, como casi nunca viene el viento del lugar
donde la van a construir…
─ Y al agua del río no le afectará, ¿verdad?
─ Pues no sé. Quieren desviarlo a la altura de la central
térmica para enfriar las turbinas…
Rigoberto
no necesitaba escuchar más para saber el desastre que se vendría encima de los
habitantes de su ciudad y de su río. Salió del agua y a grandes saltos buscó
una ropa mojada para convertirse de nuevo en un ser humano.
Capítulo 2.- Un poco de información
Una vez recuperada su apariencia
humana, Rigoberto se dirigió al Ayuntamiento para recabar información de
primera mano. Pidió hablar con el jardinero mayor y éste le recibió de
inmediato, saludándole con un fuerte y efusivo abrazo
─ ¡Cuánto tiempo sin
verle! Pensé que se habría mudado a otro lugar.
Rigoberto, como es natural, no podía
explicarle que había estado viviendo en el río como una rana verde, así que
tuvo que improvisar.
─ Es que estuve
viajando un poco para conocer mundo.
─ Ciertamente,
recuerdo que me telefoneó desde la Ciudad de la Playa. Por cierto, ¿cómo
terminó aquel asunto?
─ Pues muy bien, el
Ayuntamiento ha construido una depuradora de aguas residuales y creado un plan
para educar a los visitantes de la playa. Asunto solucionado.
─ Y bien, ¿qué le trae por aquí, joven?
─ He oído por ahí que van a construir una central térmica
para producción de electricidad…
Al jardinero
mayor se le ensombreció el rostro a medida que escuchaba las palabras de
Rigoberto.
─… y quería saber su opinión sobre el asunto ─
terminó el joven.
El
hombre tomó aire, como si lo necesitase para darle una explicación más larga,
pero sólo dijo:
─ Nos van a contaminar el aire y el río.
─ Pero, ¿nos van a contaminar mucho? ─ preguntó inocentemente Rigoberto.
─ Tanto que, con el tiempo, el aire se volverá
irrespirable y las aguas de nuestro río se volverán oscuras y venenosas para
los seres acuáticos ─ sentenció el jardinero
mayor. ─ Nuestros árboles se irán muriendo por efecto de los
gases tóxicos y desaparecerán los jardines y los niños y niñas no tendrán donde
jugar.
─ ¿Y el Ayuntamiento va a permitir tal desastre
ecológico?
─ Al parecer, la empresa sólo pide los terrenos y ofrece
cincuenta puestos de trabajo que, luego seguramente, se quedarán en la mitad o
menos, cuando se acabe la obra.
El
cerebro de Rigoberto estaba ya a todo trapo buscando una solución al problema,
que era mucho más grande de lo que él supuso en un principio. Se despidió del jardinero
mayor, después de agradecerle la información y le pidió contar con su ayuda
para un plan que se le estaba ocurriendo.
Capítulo 3.- Buscando una
solución
Rigoberto se dirigió a la Biblioteca
Municipal y esperó hasta que quedó libre uno de los ordenadores. Se conectó a Internet
y fue tomando datos de empresas que se dedicaban a las energías alternativas.
Envió algunos e-mails y salió para visitar al ingeniero jefe de la central
hidroeléctrica de la ciudad, que vivía en un chalet junto a la central, por lo
que Rigoberto tuvo que pedir prestada una bicicleta precisamente al niño que
salvó en el río, que era una de las pocas personas que conocía su secreto.
Llegó a su casa y éste le recibió en su
despacho.
─ Buenos días,
joven, ya me ha avisado el jardinero mayor de su visita y me ha pedido que le
ayude en todo lo que me sea posible.
Rigoberto explicó el plan que se le
había ocurrido para evitar la construcción de la central térmica. El ingeniero
estuvo de acuerdo en hacer algunas llamadas telefónicas a sus colegas de las
empresas que le dijo Rigoberto y de esta manera se despidieron hasta el día
siguiente por si había alguna respuesta.
Cuando Rigoberto acababa de devolver la
bicicleta prestada, se dio de manos en boca con Cecilio, el enano, que se
sorprendió muchísimo de verle.
─ ¿Cómo estás,
querido amigo, qué es de tu vida? ─ dijo Cecilio
abrazándole con cariño.
─ Pues aquí donde me
ves estoy tratando de solucionar un problemilla ─ bromeó Rigoberto.
En pocas palabras puso en antecedentes
a su amigo de lo que estaba haciendo para buscar una solución al problema de la
contaminación, que podría sumir a la ciudad en el desastre. Comieron juntos y
después se despidieron, prometiéndose que no tardarían mucho en volver a verse.
Rigoberto volvió al río, pero dejó las
ropas escondidas en la orilla para volver a usarlas al día siguiente.
Capítulo 4.- Rigoberto en
acción
Rigoberto despertó con las primeras
luces del alba y, sin perder un instante, sacó la ropa del río y la extendió
sobre la hierba. Se introdujo dentro de ella y esperó a que el sol hiciera el
trabajo de secarla, con lo que volvió a recuperar su aspecto humano.
Corrió a casa de Antoñito (así se
llamaba el niño que salvó) y le pidió de nuevo la bicicleta prestada. Pedaleó
hasta la Biblioteca y esperó unos minutos hasta que la abrieron. Arrancó uno de
los ordenadores y consultó su correo electrónico. La ansiedad le devoraba
mientras se mostraba el primero de los e-mails recibidos:
“Estaremos encantados de mandar un
proyecto de construcción de un campo eólico al Ayuntamiento de la Ciudad del
Río” ─ era el escueto contenido.
También había dos o tres propuestas de
empresas dedicadas a montar campos solares, tanto fotovoltaicos como
termosolares. Con los datos de las empresas anotados en su libreta, se dirigió
a la casa del ingeniero jefe, quien le recibió con una sonrisa y le invitó a
desayunar, pues en este menester estaba.
Cuando hubieron dado cuenta del
desayuno que preparó el ingeniero para su esposa y ellos dos, pasaron al
despacho.
─ No he
querido decirle nada delante de mi mujer, porque estamos preocupados por el
futuro de mi puesto de trabajo y de la central hidroeléctrica y no quería
crearle falsas expectativas ─ le
lanzó de sopetón.
─ Pero… dígame, ¿hay buenas
noticias?
─ Yo diría que son esperanzadoras,
pero no hay que echar las campanas al vuelo.
Rigoberto estaba en ascuas y le hizo una seña a su interlocutor
para que continuase con el relato.
─ Tengo un colega cuya hija es
una gran especialista en la dirección de obras y otro que tiene un sobrino
trabajando en una empresa de energía eólica…
─ Pues una empresa de ese tipo
ha contestado a mis correos. Espere que la busque… ─ cortó Rigoberto y buscó rápidamente en su
libreta mostrándole el resultado.
─ ¡Pero si es la misma empresa!
Creo que esto promete. ¿Y las empresas de energía solar?
─ En la página siguiente hay dos
que he seleccionado.
─ ¡Vaya, estamos de suerte!
Conozco a uno de los directores ejecutivos de una de ellas. Voy a llamarle y
veremos si realmente están interesados en llevar a cabo la construcción de un
campo solar.
El ingeniero contactó con sus colegas y, a través de estos, con la
hija y el sobrino respectivos, que se comprometieron a tener listos, a la mayor
brevedad posible, sendos proyectos para llevar a cabo un campo solar y otro
eólico, que darían trabajo a más de cien personas y que únicamente recabarían
del Ayuntamiento la cesión de terrenos.
Rigoberto, por su parte, contactó telefónicamente desde el
despacho del ingeniero con el presidente de los ecologistas de la Ciudad de la
Playa para coordinar una acción de protesta por la central térmica y en apoyo
de la construcción de centrales de energías limpias.
Se despidieron con un fuerte apretón de
manos y decidieron mantenerse en contacto periódicamente.
Capítulo 5.- Larga espera
Por fin, el gran día. Poco a poco,
fueron llegando los representantes de las distintas empresas que iban a
presentar sus proyectos al Pleno Municipal. El Alcalde decidió que se hiciera a
puerta cerrada, porque la plaza estaba abarrotada.
Los vecinos y vecinas, que se contaban
unos a otros lo que cada cual sabía o creía saber sobre el asunto, los ecologistas
con innumerables pancartas, unas en contra de la contaminación y otras a favor
de las energías limpias y Rigoberto, que junto con el ingeniero jefe y el jardinero
mayor, eran los que más información tenían y, por lo tanto, más nerviosos
estaban.
El tiempo pasaba demasiado lentamente
para los deseos de nuestro amigo y es que las manecillas del reloj del
Ayuntamiento parecían estar frenadas. Una, dos, tres y hasta cuatro horas pasaron
cuando llegaron los del catering, para preparar la comida de los reunidos. Aquello
parecía el cuento de nunca acabar.
Después de más de siete horas de
reunión, salieron los representantes de las empresas y los ediles permanecieron
reunidos hora y media más. Al fin, el balcón del Ayuntamiento se abrió y el
Alcalde salió para tomar la palabra y decir:
“Ya veo que habéis sido pacientes con
nosotros esperando a pie firme tantas horas, así que seré breve para que todos
y todas nos vayamos a descansar a nuestras casas. Nuestra decisión ha sido que
se instalen dos empresas…
Un rumor de extrañeza y preocupación
corrió entre los asistentes.
… construiremos un campo solar y un campo
eólico”
Los vítores y el griterío impidieron
que la primera autoridad municipal siguiera hablando y Rigoberto se despidió
del ingeniero y del jardinero y volvió al río, donde contó a propios y extraños
todo lo que había sucedido en los últimos días y cómo sus vidas habían corrido
un peligro que, afortunadamente, ya había desaparecido.
Y colorín colorado, este cuento se ha
acabado; pero no del todo, porque para que las niñas y niños puedan respirar
aire puro y disfrutar de los árboles que nos dan sombra en los calurosos
veranos, cuando sean mayores, tendrán que velar por el medio ambiente y sólo
utilizar energías que se produzcan de forma que no contaminen.
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