domingo, 29 de septiembre de 2013

Quietud



Ensimismado como estaba desde hacía ya más de media hora, cualquiera podría imaginar que sus músculos se habían paralizado pues nada en él hacía pensar en que fuera a moverse al menos de momento. Tenía la mirada perdida en la distancia y la boca entreabierta le daba un aspecto bobalicón que se acrecentó aún más cuando un hilillo de baba comenzó a caer desde la comisura de su boca para ir formando poco a poco un charquito a sus pies. Era la viva estampa de una estatua en la que solo el leve acompasamiento de la respiración delataba que no era un ser inerte.
Sonó un silbido en la distancia y el perro recobró de golpe el movimiento lanzándose en una carrera desenfrenada al encuentro de su amo.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Como Caperucita



La oscuridad era absoluta. Por más esfuerzos que hizo no consiguió ver ni siquiera su propio cuerpo. Aquello ya era demasiado raro, como para pensar que se encontraba inmerso en un mal sueño, pero sabía que estaba despierto, totalmente despierto pues no hacía ni cinco minutos que había tomado café en aquél tugurio de mala muerte y allí preguntó al camarero, de cara apergaminada, por la dirección que buscaba… ¡Ah, ya! ¡Cómo no se había dado cuenta antes si estaba clarísimo!... Se había equivocado de camino y había ido a meterse directamente en la “boca del lobo”.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Rutinas



Siempre que volvía tarde a casa el cuadro que contemplaba era el mismo: una bandeja encima de la mesa de la cocina con un cubierto y un plato tapado con otro boca abajo para tratar de evitar (sin conseguirlo) que se enfriase el contenido.
Mi madre se rebullía en la cama procurando que el somier chirriase un poco como avisándome de que había estado despierta para esperarme. Los ronquidos de mi padre llenaban el ambiente dando cumplida información de su estado de tranquilidad acerca de mi tardanza. Mis hermanos en su litera dormían plácidamente.
Casi de puntillas y sin hacer ruido arrimaba la silla a la mesa de la cocina después de cerrar la puerta y destapaba la cena sabiendo que no habría sorpresa, tenía huevos… con patatas fritas.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Un cuento chino



Entró en el bazar decidido a comprar algo, no importaba el qué, sino únicamente por el hecho de comprar, de gastarse el dinero que le habían regalado por su cumpleaños antes de que su madre, con buen criterio, se lo arrebatase para meterlo en la cartilla de ahorros que, aunque todos decían que era suya, no había manera de sacar dinero de ella. Era como si se lo tragase la tierra y nunca más se supo, por eso aquella tarde, al salir de casa de la abuela con el billete de diez euros estrujado en la mano, se dirigió al paraíso de sus deseos.
         La china de la caja le miró con desconfianza cuando le vio penetrar en el local y perderse en el dédalo de pasillos con estanterías hasta el techo y le hizo un gesto al chinito que tenía al lado. Éste salió como un sabueso en su persecución para vigilarle disimuladamente, pero él no notó nada, tan absorto estaba contemplando todo aquello que se ofrecía a su vista y que tanto había deseado. Iba sumando mentalmente los precios de los artículos que pensaba comprar, (y eso que el maestro decía que tenía mala cabeza para los números), pero antes de que estuviera contento con su elección la cantidad se la pasaba del presupuesto.
         Dio vueltas y más vueltas con el chinito pegado a sus talones como si fuera su sombra pero no consiguió una combinación de juguetes adaptable a sus diez euros y, al cabo de unas dos horas y el chinito a punto de caerse de cansancio, decidió llevarle el dinero a su madre y esperar a tener edad suficiente para gastarse el fruto de sus ahorros.